Al analizar las certificaciones verdes aplicables al plástico, lo primero que se observa es que no todas corresponden a todas las empresas ni a todos los sectores. Cada certificación responde a un enfoque distinto: gestión ambiental, trazabilidad de materiales, contenido reciclado, prevención de residuos o impacto a lo largo del ciclo de vida. Por ello, un fabricante de envases de alimentos enfrenta obligaciones muy distintas a las de un productor de autopartes o a las de una planta que transforma resinas para aplicaciones industriales.
En el ámbito normativo, la ISO 14001 se mantiene como el sistema de gestión ambiental de referencia. Su aplicación es transversal, pues permite a las organizaciones estructurar procesos de cumplimiento, reducción de impactos y mejora continua. Sin embargo, no es obligatoria por ley; su adopción depende de la estrategia de cada empresa y, en muchos casos, de la exigencia de sus clientes.
La trazabilidad de materiales reciclados se ha convertido en un requisito casi indispensable en sectores vinculados al consumo masivo. Certificaciones como Global Recycled Standard (GRS) o ISCC PLUS verifican el origen y el manejo de materias primas, asegurando que los polímeros reciclados o biobasados cumplen con estándares internacionales de sostenibilidad. En mercados como Europa o Estados Unidos, estas credenciales son prácticamente un pasaporte comercial.
Otro esquema relevante es la Declaración Ambiental de Producto (DAP o EPD), basada en normas ISO 14025 y 14040. Aquí se cuantifica el impacto ambiental de un producto durante su ciclo de vida. Aunque no es obligatoria, resulta fundamental en sectores como la construcción, donde clientes e inversionistas requieren información verificable sobre huella de carbono, consumo energético y generación de residuos.
En paralelo, existen programas específicos del sector plástico. Uno de ellos es la certificación de “Cero Pérdida de Pellets”, que busca reducir la dispersión de microplásticos durante la producción y el transporte. Otro es el Sello de Economía Circular, impulsado en México por asociaciones industriales, que reconoce a las empresas que integran reciclaje y reutilización en su modelo de negocio.
Sectores y exigencias
La obligatoriedad de las certificaciones varía según el tipo de industria. En alimentos y bebidas, las normas sobre inocuidad y materiales en contacto directo imponen requisitos regulatorios estrictos; aquí las certificaciones ambientales son complementarias. En cambio, en automotriz y aeroespacial, aunque no existen disposiciones legales directas sobre certificaciones verdes, los fabricantes de equipo original obligan a sus proveedores a contar con sistemas como ISO 14001 o certificaciones de trazabilidad de materiales reciclados.
En construcción, las DAP y certificaciones como Cradle to Cradle se convierten en requisito de mercado, especialmente en proyectos que buscan acreditaciones globales de sostenibilidad como LEED o BREEAM. En electrónica y bienes de consumo, la exigencia apunta a garantizar que los plásticos provienen de fuentes recicladas o sostenibles, lo que convierte a ISCC PLUS y GRS en estándares de facto.
Además, existen certificaciones voluntarias como Green Seal o Global STD, orientadas a la transparencia y a la mejora continua, que no responden a marcos regulatorios ni a imposiciones de clientes, pero que pueden diferenciar a las empresas en mercados específicos. Su adopción depende más de la estrategia de posicionamiento que de una exigencia externa.
El panorama demuestra que la industria del plástico se enfrenta a una diversidad de esquemas. Algunas certificaciones son obligatorias por ley, otras lo son por exigencia de clientes globales, y otras permanecen en el terreno de la voluntariedad. La clave está en identificar qué credenciales son estratégicamente necesarias según el mercado en el que participa cada empresa.
Debido a lo anterior, las certificaciones verdes en el plástico no deben interpretarse como un listado universal de obligaciones. Su valor reside en la capacidad de las empresas para integrarlas en función de su realidad productiva y de las cadenas de valor en las que participan.
Si bien es cierto que el sector del Plástico es objeto una creciente presión regulatoria y creciente escrutinio social, es muy importante comprender que no todas las certificaciones son para todos y, de hecho, es en sí mismo un ejercicio de estrategia.
La diferencia entre adoptar un esquema obligatorio, uno exigido por el mercado o uno totalmente voluntario no está en el logotipo que aparece en la etiqueta, sino en la coherencia entre las operaciones de la empresa y sus expectativas a partir de indicadores como trazabilidad, transparencia y compromiso con la sostenibilidad.